Rendija de Shoggoth
Un relato escrito por Dave Dagon
5/8/20245 min read


Al oeste de la ciudad, dónde las casas y los edificios de departamentos se encuentran en situaciones mucho más que precarias, la policía recibió durante una semana entera llamados telefónicos provenientes de ese recóndito lugar. En un principio resultó difícil poder entablar una conversación con la escoria que vive allí; gente que, por regla general, no eran más que ladrones, violadores o asesinos del bajo mundo.
Cómo será fácil deducir, ninguno de ellos prestaba verdadera ayuda, corrían despavoridos al ver las luces de las patrullas doblando en la esquina, dónde el cemento de las calles terminaba y la tierra comenzaba su paso.
Gritos desgarradores de una mujer joven, tal vez, de mediana edad, salían despedidos del auricular. Nunca decía nada, solo sus gritos agónicos y luego la estática, acompañada de un cántico extraño. Luego simplemente la llamada se cortaba, dejando al pobre diablo que respondiese, temblando y con un ataque de histeria.
Una madrugada lluviosa, mientras caía un aguacero injurioso, se acercó un anciano vestido de harapos hasta la patrulla que volvía a su rutina, comenzando a rondar aquel paraje peculiar. Su cara estallaba de virulentas llagas con pus y algo más. Con un deje de enfado pidió que callasen a la "puta mala" de la última casa de aquella deplorable calle. Llevaba horas gritando como si fuera "un puto cerdo en un matadero", reafirmó el decrépito. Decía que así nadie podía dormir o en su defecto, embriagarse. Los oficiales, un tanto curiosos y asqueados por el pútrido aspecto del anciano, decidieron acercarse hasta la localización…
Lo que ellos encontraron, es muy difícil de creer, lo sé, pero de no haberlo visto con mis propios ojos, diría que todo aquello se trataba de una mala broma.
Era una casa estilo Cape Cod, o al menos alguna vez lo había sido. Las ventanas hacía muchísimo tiempo que habían dejado de poseer vidrios, la puerta destrozada y casi sin goznes. No poseía luz eléctrica, esa extraña casa nunca la hubo de conocer.
A medida que los oficiales se aproximaban, los gritos eran más violentos, como si el perpetrador de tal tortura para con aquella mujer, los estuviese viendo; observando como ellos entraban en su morada.
Entraron en el lugar y pronunciaron en simultáneo tres únicas palabras:
«Señora, ¿necesita ayuda?»
La respuesta que obtuvieron a cambio de esto, solo fueron los gritos mucho más frenéticos de la pobre mujer. Los cuales parecían provenir de toda la casa. Armados con linternas y las pistolas reglamentarias en mano, recorrieron toda la planta baja, esquivando todo el mobiliario antiquísimo y las porquerías de sus ocasionales habitantes.
El olor a orines y a heces resultaba nauseabundo, pero había otra fragancia imperante allí, un poco más tenue que estas dos primeras, y aún así perceptible.
Solo quedaba el sótano, con nerviosismo por lo que allí podrían encontrar, descendieron las escaleras de maderas corrompidas y podridas, a sabiendas de que estas no aguantarían por mucho más tiempo.
Al terminar el descenso, solo la oscuridad los aguardaba y algo más… Solo que allí, no podían ver nada ni nadie, más los gritos en ese lugar eran sumamente fuertes, a escasos pasos.
En un rincón de la pared, en un extraño ángulo de cuarenta y cinco grados, se elevaba un pequeño altar con lo que parecía la punta de un Pentagrama cábalistico, el cual poseía runas en una extraña lengua, con extrañas inscripciones como Rhyle, Yog-Sothoth, Azathoth y… algo más grande y notorio, Shoggoth.
Nombres propios, que jamás una mente cuerda podría haber pronunciado sin antes caer en el abismo de la locura.
Desde esa dirección, dónde se encontraba el pentagrama, la agonía de la mujer escapaba en lamentos de dolor. Pero, ciertamente allí, no existía nada, salvo la esquina con aquel símbolo demoníaco.
A pesar de ello, ráfagas de un viento desconocido (ya que allí no existía una abertura posible) hacían bailar las trémulas velas del…. ¿altar?
Perplejos y extrañados, los oficiales se acercaron hasta ese lugar, procurando no pisar el dibujo cábalistico, como así tampoco, posar sus pies por sobre los nombres extraños. Sobrecogedor fue su espanto al posarse ambos entre el altar y la pared, y ver allí, a la mujer amarrada con cuerdas en una extraña cruz, imitando al nazareno, salvo que allí no existía ni la gracia ni el perdón a la humanidad.
Allí, se cocía la infernal conjuración a los demonios descritos por el árabe loco.
Esto lo supimos tiempo después, cuando un elemento de nuestro departamento estuvo involucrado de incógnito dentro de un culto profano, donde se le rendía tributo al que descansa en el Pacífico, mientras duerme y sueña con Rhyle.
De la espalda de la mujer, concretamente el lado izquierdo, borbotones de sangre caían al suelo, coágulos negros y putrefactos, se amontonaban alrededor de ella, mientras una gelatina amorfa, la cual nacía desde el inferior, casi en el nacimiento de la cadera, con centenares de ojos, los devoraba ávidamente. Poco a poco, y sin que los oficiales pudieran hacer nada, debido al estado de sopor, el cuerpo de la mujer fue ganando un irracional volumen, escapando por la abertura otro tanto de esa repulsiva sustancia, tan extraña… hasta el inevitable fin.
La mujer no logró soportar mucho más, su cuerpo sufrió violentos espasmos y explotó en cientos de partes, no sin antes regalarles la visión de cómo los huesos se hacían añicos, el atronador sonido de los músculos al quebrarse y el ruido seco de la carne al desgarrarse. Las velas que hasta ese momento brillaban con escasa y opaca intensidad, resplandecían como el sol en el desierto.
Ignoro cuánto tiempo después, alertados por los mismos parias que se rehusaban a entablar diálogo con nuestro departamento policial, se nos dió aviso de la existencia de dos oficiales entre las ruinas de una casa estilo Cape Cod, llenos de sangre y cubiertos de una sustancia viscosa, la cual contenía protuberancias similares a pequeñas cuencas oculares, gritando a voz de cuello y con la mirada errática, amenazando con sus pistolas a todo aquel que se les acercará.
No muy lejos de ellos, descansaban diversas partes de un cuerpo que bien podría ser femenino, su identidad es desconocida para todos, inclusive para aquella gente que habitaban en esa parte olvidada de la ciudad.
Los oficiales debieron ser trasladados al centro municipal psiquiátrico de Sillo't, dónde deberán pasar el resto de sus vidas sedados y con el cerebro hecho jirones.
Supongo que es el precio a pagar luego de ver con ojos propios, la entrada de Shoggoth.
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